La brisa mece mi cabello y hace surgir un escalofrío que
recorre mi espalda. Me encojo más en mi frío asiento y elevo la vista al cielo.
Una noche estrellada cubre la totalidad de mi visión y, en el centro de la
misma, una gran esfera blanca. La luna ilumina trémulamente mi rostro y hace
brillar mis ojos.
La luna, siempre que miro la luna tu rostro acude a mi
mente. Su luz me abriga y me resguarda de todo mal, como si de tu preciosa
sonrisa se tratase. Recuerdo todos y cada uno de los momentos en los que me has
abrazado mirando al satélite. Ese día en el que simplemente con tu presencia,
con tu sonrisa, con tu forma de hablar derrumbaste el muro que rodeaba mi
castigado corazón y lo abrigaste hasta que quedó cálido y palpitante, lleno de
amor.
Desde tu incursión en mi corazón ya no hubo vuelta atrás.
Alimentaste ese amor día tras día con caricias, con besos, con “te quieros”
susurrados al oído… No hubo vuelta atrás, un destino se había forjado, dos
almas se habían fusionado y un nuevo muro rodeaba, en esta ocasión, nuestros
dos corazones. Un muro inamovible, infranqueable e imperturbable. Un muro que
forma nuestro hogar. Ni las peleas, ni las discusiones, ni ninguna mala
intención pueden colarse para envenenar el lecho donde nuestros dos corazones,
entrelazados, disfrutan el uno del otro y se aman ausentes de lo que pasa alrededor.
Amor, aquí estoy sentado en un banco de fría piedra
observando el brillo de la luna. Una sensación invade mi pecho, mi corazón se
excita, grita y se revuelve. Y ¿sabes por qué? Porque reconoce la cercanía del
tuyo. Giro la cabeza y allí estás, apoyado contra el tronco del sauce que
plantamos en ese mismo lugar, ¡cuánto había crecido!. – Entra en casa cariño,
hace frío y ya está hecha la cena.- dices con esa sonrisa tuya que delata lo
que sientes por mí. Esa sonrisa que pones cuando crees que no te miro y
contemplas mi rostro. Entras en casa y cierras la puerta con suavidad no sin
antes dirigir una mirada a la Luna.
Muchos años han pasado ya desde ese momento en el que
acunaste mi alma y la diste forma fusionándola con la tuya. Años llenos de
momentos, buenos y malos, pero todos ellos llenos de amor. Me levanto del banco
del jardín y entro en nuestro hogar para seguir viviendo mi mayor deseo, ser
feliz a tu lado.